Revisando el ordenador, que me parece que va a necesitar un intenso formateo en breve, he encontrado este pequeño cuento que un día escribí a petición de mi hija. Lo dejo aquí sobre todo para no perderlo :)
Saludos!
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A veces los niños se pierden. Es algo que pasa de vez en cuando, sobre todo cuando tienen siete u ocho años, que ya son mayorcitos para ir de la mano todo el tiempo, pero no tan mayores como para que sus padres los dejen ir solos por ahí. Estas tranquilamente en un parque o en el mercado o en un centro comercial, te despistas un segundo y… ¡ya no está! Probablemente el niño se ha quedado mirando un escaparate mientras la madre ha seguido caminando… o ha sido justo al contrario y el niño no ha visto que la madre se paraba. En realidad que un niño se pierda es muy fácil.
También es sencillo volver a encontrarlo. Normalmente basta con un grito o dos. Un buen - ¡Manolito! - y el pequeño Manuel aparece corriendo tras la esquina o deja de acariciar el perro de ese señor. Otras veces hay que recurrir a la megafonía del sitio de turno o al amable guardia de seguridad que acaba localizando al niño o al padre despistado que, la mayoría de las veces, ni siquiera se ha dado cuenta de que se ha quedado solo. Son cosas que pasan, si. Pero… ¿y un reflejo? ¿Puede perderse un reflejo?
Por si alguno anda distraído os pongo en situación. Un reflejo, “tu” reflejo, es ese chico o chica que se parece un montón a ti. Tú casi dirías que es idéntico a ti en todo, podrías asegurarlo, harías apuestas incluso. Sin embargo no lo es, no es igual. Lo notas cuando comparas tu reflejo con una fotografía. El de la fotografía sí que eres tú, lo sabes… bueno, crees que lo sabes… pero dejaremos ese tema para otro día. Cuando comparas tu fotografía con tu reflejo es cuando ves las diferencias. ¿No lo has hecho nunca? Hazlo, busca una fotografía. Seguro que tienes muchas a mano. Ahora sitúate frente al espejo y compara. Ya lo ves, ¿verdad? El pelo está peinado para otro lado. Tu gesto se tuerce de forma diferente. Estabas totalmente convencido de dónde tenías ese lunar o esa marca de nacimiento, conocías el punto exacto donde te diste ese golpe de pequeño que te dejó una pequeña cicatriz… y ahora… ¡zas! ¡Está en el lado contrario! ¿Convencido? Estupendo. Ahora hablamos los dos de lo mismo. Ya sabemos qué es un reflejo. Eres tú, si… pero no eres tú.
Pero hablaba sobre perder un reflejo y para ello os tengo que presentar a Luis.
Luis es un niño de ocho años, inteligente y soñador, algo bajito para su edad aunque a él no le importa. Tiene los ojos verdes, como su madre, y el pelo moreno, como su padre. Lo lleva siempre revuelto, haga lo que haga y por mucho que lo peine, como si acabara de levantarse de la cama. Por eso siempre le gusta llevar una gorra. Su favorita es la de su equipo de fútbol.
Luis tiene un reflejo. Si, ya lo sé, como todo el mundo. Pero el de Luis es especial porque Luis sabe que su reflejo no es como él. El reflejo de Luis se llama Siul.
La relación de Luis con su reflejo es distinta a la de los demás. Cada mañana, Luis y Siul escogen juntos la ropa que van a llevar al colegio. Ambos pasan un rato decidiendo hasta que encuentran algo que les guste y les siente bien a ambos. Después de desayunar, antes de marcharse a clase, siempre se despiden en el espejo grande del recibidor. Lo hacen porque la mayoría de los días no vuelven a verse hasta que regresan del colegio y, si se ven, es solo un momento de pasada, en el cristal de una ventana o en un escaparate de la calle. Luego por la tarde siempre se cuentan qué tal ha ido el día y hacen los deberes juntos, tumbados en el suelo del cuarto frente al espejo. Hablan los dos a la vez, siempre lo hacen así, aunque solo se escucha la voz de Luis por culpa del cristal del espejo, que es tan grueso que no deja que se escuche la de su amigo.
El día que Siul se perdió fue uno de los más terribles en la vida de Luis.
Era invierno y Luis llegaba de la calle con su madre. Venían los dos corriendo y empapados. Acababa de empezar a llover y los había pillado de improviso mientras estaban en el parque que había frente a la casa. Habían salido un momento a aprovechar un rato en el que el sol brillaba con fuerza porque llevaba varios días seguidos lloviendo y estaban un poco cansados de estar encerrados en casa.
La madre de Luis cogió los abrigos de ambos y lo mandó a darse una ducha caliente y cambiarse la ropa mojada. En ese momento no se dio cuenta pero, al pasar corriendo por delante el espejo del recibidor, Siul ya no estaba.
La ducha duró más de la cuenta. Tanto que la madre de Luis tuvo que regañarle varias veces para conseguir que cerrase el grifo y se secase. El pequeño cuarto de baño estaba lleno de vapor y los cristales totalmente empañados. ¡Aquello parecía una sauna! Por lo tanto, mientras se secaba la cabeza y se ponía el pijama de su superhéroe favorito, Luis tampoco notó la ausencia de su reflejo.
Poco más tarde, ya limpio, vestido y seco, Luis entró en su cuarto a buscar algo con lo que jugar hasta la hora de la cena. Al mirar al espejo que cubría la puerta de su armario se quedó boquiabierto. Podía ver todo el cuarto, la cama, las cortinas, los juguetes, todo… ¡pero Siul no estaba!
Luis se puso muy nervioso. Nunca había pasado algo parecido. Hasta donde llegaba su memoria, su reflejo siempre había estado en el espejo. No había faltado ni una sola vez. ¿Dónde podía estar? Recordaba la última vez que lo vio, justo antes de salir al parque, vestido con el abrigo y sonriendo en el espejo del recibidor. Pero después en el parque no lo había visto. Allí no había espejos ni escaparates. ¿Habría logrado salir de todos modos? Siul estaba tan aburrido como él de estar encerrado en casa, hacía días que se lo notaba en la cara. ¿Y si había salido y lo habían dejado atrás al correr a casa? Había empezado a llover de repente y su madre y él habían corrido muy deprisa. A lo mejor no le había dado tiempo a alcanzarles.
Luis se asomó a la ventana de su cuarto. Desde ella se veía el parque perfectamente. Allí estaban los columpios, la pequeña fuente para beber, el tobogán… todo empapado por la lluvia que seguía cayendo con fuerza. El suelo de tierra estaba lleno de enormes charcos, que se hacían cada vez más grandes.
¡Charcos! La idea le llegó de repente. A su reflejo le encantaba meterse de cabeza en los charcos. Lo hacían continuamente: uno se metía de cabeza en el charco mientras el otro saltaba sobre él, juntando los pies y salpicando agua por todas partes. Su madre siempre le reñía por eso.
Rápidamente Luis se metió bajo su cama y sacó una gran caja de madera. Dentro guardaba el regalo que le había hecho su abuelo por su último cumpleaños: un par de prismáticos. A su abuelo le encantaba usarlos para mirar los pájaros, aunque él prefería usarlos para jugar a los espías desde la ventana.
Regresó a la ventana y se puso a rastrear todo el parque con los prismáticos, deteniéndose en cada charco. La lluvia lo hacía todo más difícil, formando ondas en la superficie del agua, pero Luis no se rindió. Entonces vio algo raro en uno de los charcos que había junto a la fuente: un movimiento, como una sombra o una silueta. ¡Tenía que ser su reflejo! ¡Ahora lo recordaba! Se había acercado a beber a la fuente cuando comenzó a llover y su madre le gritó que corrieran para casa.
Tenía que salir y ayudar a su reflejo a volver a casa, estaba claro que no podía hacerlo él solo. El problema es que su madre no iba a dejarle salir al parque con la que estaba cayendo. No quedaba otro remedio que hacerlo sin permiso, aunque le iba a costar un buen castigo.
Abriendo su armario cogió un impermeable y un par de botas de agua que se puso sobre el pijama. Salió de su cuarto muy despacio, sin hacer ruido. Su madre estaba en el salón hablando por teléfono y no se dio cuenta cuando abrió la puerta de la calle. Bajó corriendo las escaleras, cruzó el portal y salió a la calle. La lluvia no era tan fuerte como hacía un momento y se había convertido en una suave llovizna. Luis cruzó la calle con cuidado y fue directo hasta la fuente. Allí estaba el charco donde había notado algo raro.
Se asomó muy despacio a la superficie del agua, con miedo a equivocarse y no ver nada en ella. Poco a poco, su reflejo también asomó, con una gran sonrisa dibujada en su rostro ¡Lo había encontrado! Permanecieron unos segundos mirándose el uno al otro, contentos de reencontrarse. Tan felices eran que no pudieron resistir el impulso y Luis comenzó a saltar en el charco mientras su reflejo se hundía en él una y otra vez. Todo era perfecto hasta que un grito rompió el momento mágico.
- ¡LUIS! - gritó su madre desde la ventana de su cuarto - ¿Se puede saber qué haces en la calle? ¡Vuelve a casa inmediatamente!
Luis miró hacia su reflejo y le hizo una señal para que lo siguiera antes de correr hacia casa. No quería volver a dejarlo atrás.
Cuando llegó a casa, su madre siguió gritando y regañándole durante un buen rato mientras Luis miraba al espejo del recibidor donde su reflejo le observaba, chorreando agua y sonriente. Iban a estar castigados bastante tiempo, pero al menos volvían a estar juntos y, desde ese día, Luis se aseguró de no dejar atrás nunca más a su amigo.
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